22 de septiembre. Viernes de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. San Mauricio

Ermita del Salvador

19.30 horas: Santo Rosario.
20.00 horas: Misa

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos,

proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes. (Lc 8,1-3)

San Mauricio

Era el comandante de la Legión Tebana, una región integrada por cristianos procedentes de Egipto. Recibió órdenes para acudir a la Galia en auxilio del emperador Maximiano. Combatieron valientemente, pero se negaron a perseguir a los cristianos. Al negarse por segunda vez, fueron ejecutados y en aquel lugar construyeron la Abadía de Saint Maurice. El Santo Mauricio y sus compañeros murieron martirizados a principios del siglo III por su fe en Cristo.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Me doy cuenta que la lista de aquellos que acompañan al Señor, es una lista que se podría extender como años han pasado. Habría todo tipo de nombres y personas; hombres y mujeres de distintos tiempos y lugares. Cada quien con su historia, cada quien con su vida, pero con algo en común: fueron curados… fueron sanados por Cristo.
Acompañar a Cristo es consecuencia de haber hecho la experiencia de su amor. Acompañar a Cristo es consecuencia de haber experimentado su consuelo, su misericordia; de haber experimentado su mirada ante aquello que yo mismo no soy capaz de ver y aceptar en mí.
Acompañar a Cristo no es cuestión de un momento de fervor o un compromiso que tiene un día establecido en mi semana. Acompañar a Cristo es una decisión que se da cuando se ha experimentado verdaderamente su amor.
Yo sé que mi nombre se encuentra en esa lista; yo he sido curado y sanado por Él…, ¿lo quiero acompañar?

«Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz —todos la tenemos…— para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera del egoísmo y del pecado. Se trata de realizar un neto rechazo de esa mentalidad mundana que pone el propio «yo» y los propios intereses en el centro de la existencia: ¡eso no es lo que Jesús quiere de nosotros! Por el contrario, Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada, y auténtica.»
_(Homilía de S.S. Francisco, 13 de septiembre de 2015).__