1 de septiembre. Viernes de la XXI semana del Tiempo Ordinario

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes.

Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora». Mt 25,1-13

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Salieron a esperar al esposo» Nuestra vida es un espera, un espera del momento en que nos encontraremos cara a cara con Dios. Este mundo no es nuestra morada porque es el cielo nuestro destino. Y es justamente lo que hoy Jesús nos quiere enseñar. Parece como si Jesús nos estuviese diciendo «¡Amigo, espera en mí! Todo pasa y solamente Yo quedo».

Puede pasar que con los años vamos «acomodándonos» y olvidando nuestro destino. Cuando éramos niños y nos hablaban del cielo nuestros ojos se iluminaban y se llenaban de curiosidad «¿Cómo será el cielo?». Pero la verdad es que nos olvidamos un poco de eso mientras nos hacemos adultos y llegan las preocupaciones, trabajo, dinero,… No pensamos más ni a la muerte ni mucho menos en el cielo. Lo vemos como algo lejano que queremos retrasar lo más posible.

La realidad es que de repente nos despiertan de nuestro sueño. Vemos, por ejemplo, que algún amigo después de luchar contra el cáncer ha muerto; nos damos cuenta que nuestros antiguos profesores de colegio comienzan a pasar por los achaques de la vejez; nuestros padres ya no son los de antes… En fin, nos damos cuenta que la vida pasa y que pronto nos encontraremos nosotros también con la realidad de la muerte.

«Velad porque no sabéis el día ni la hora» Nadie tiene cita con la muerte y es lo que nos repite el Evangelio con esta frase final. O mejor, todos la tienen pero llega por sorpresa, de un momento a otro. Podremos revelarnos o quejarnos y decir que es injusto Dios, pero Él mismo nos lo avisa. Pero no sólo avisa sino que no invita a ver la muerte, no como algo triste, sino como algo alegre, como una fiesta. Debemos mantener la llama de la esperanza en nuestro corazón. Debemos anhelar llegar al cielo. Debemos de esperar ese momento con los ojos iluminados y llenos de curiosidad como cuando éramos niños. Eso significa tener aceite suficiente para recibir al esposo que llega.

 

«¿Cómo hacemos para evitar que la luz y la sal pierdan sus características? ¿Cómo se hace para evitar que el cristiano deje de ser tal, sea débil, se debilite precisamente su vocación? Una respuesta se puede encontrar en otra parábola, la de las diez vírgenes: cinco necias y cinco prudentes. La prudencia y la necedad, viene del hecho que algunas habían llevado consigo el aceite, para que no faltase mientras que las otras, jugueteando con la luz, se olvidaron y su luz acabó apagándose. También la lámpara, cuando comienza a debilitarse, nos dice que tenemos que recargar la batería. La conclusión es, por lo tanto, la misma: ¿Cuál es el aceite del cristiano? ¿Cuál es la batería del cristiano para producir la luz? Sencillamente la oración.»

(Homilía de S.S. Francisco, 7 de junio de 2016, en santa Marta.).

(La Fuliola, Lleida, España)