Evangelio (Mc 12,1-12): En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó.»
Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron entre sí: ‘Éste es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia’. Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña.
»¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: ‘La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?’».
Trataban de detenerle —pero tuvieron miedo a la gente— porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.
San Bonifacio
Perteneció a una noble familia inglesa de Devonshire. Fue monje y se dedicó a la Evangelización de los pueblos germánicos. Winfrid (así se llamaba) recorrió con su predicación gran parte del territorio germánico durante tres años. El Papa lo llamó a Roma, lo consagró obispo y le dio el nuevo nombre de Bonifacio. Fundó la Abadía de Fulda como centro propulsor de la espiritualidad y de la cultura religiosa de Alemania. Cuando era anciano, el Día de Pentecostés estaba celebrando misa en Frisa y un grupo de Frisones asaltó a los misioneros. Bonifacio murió mártir cuando la espada de un infiel cayó sobre su cabeza.