Carta Semanal del Arzobispo: Abrir los ojos a la luz de Cristo

En este cuarto domingo de Cuaresma escucharemos el Evangelio de aquel ciego a quien Cristo regaló la luz. Luz es verdad, pasión y hermosura; vida palpitante en amor; sinceridad y transparencia; alma y espíritu atraídos por la Altura; pureza. Tinieblas significa lo contrario. No hay otra luz que la que viene de su fuente: Dios; no hay otra luz que el que viene de junto al Padre Jesucristo, luz del mundo, que cura y disipa toda ceguera y oscuridad, luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, quien se encuentra con El y le sigue es liberado de la ceguera de la ignorancia y de la incredulidad, no camina en tinieblas, sino como hijo de la luz en toda bondad, justicia y verdad. Cuando el ciego se encontró con Jesús cambió de raíz. Toda su vida se iluminó.

Nótense los personajes de la escena de la curación de este relato evangélico en torno a Jesús: el ciego le es dócil (ve y se compromete); los fariseos (oposición obcecada); la familia del ciego (el interés por encima de la verdad, los que no se quieren comprometer con la Verdad por miedo a los fariseos). El papel que juegan los fariseos es el del pecado contra el Espíritu; cerrar los ojos para no ver la luz; ser árbitros y no discípulos de la Verdad; autosuficiencia intelectual humana, ceguera incurable en la fe. El mendigo, en cambio, sabía que era ciego: sin culpa. Dócil al camino de las cosas sencillas, personificación del pueblo de los sencillos. Se encuentra con Jesús. Se fía de Él, lo acoge. Cree en Él: “Creo, Señor; y se postró ante Él”. Se confía a Jesús, acepta su palabra y su luz. Descubre a Jesús paso a paso; cumple sus indicaciones; acepta su Palabra; lo confiesa y adora. El ciego, iluminado, da testimonio de Jesús con sus ojos abiertos y su palabra: cuenta lo que le ha sucedido, la liberación de su ceguera; inflexible ante la presión social; agradece, cree, adora, testifica y anuncia. Su vida cambiada se convertirá en un signo del poder de Jesús.

El mundo necesita ver

Aquí está la clave de todo: acercarse a Cristo, encontrarse con Él, llevar a los hombres hasta Él, llevarles a la luz que es Cristo. Nada de lo humano le es ajeno a Él. Es la clave para ver y comprender esa gran y fundamental realidad que es el hombre. No se puede comprender y ver al hombre hasta el fondo sin Cristo. O más bien, el hombre no es capaz de verse a sí mismo, de comprenderse a sí mismo hasta el fondo y llegar a ser lo que es y está llamado a ser hasta el fondo sin Cristo. No puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final. No puede ver y entender todo esto sin Cristo. Y por esto no se puede excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte. Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre; la historia de cada hombre se desarrolla en Jesucristo; en Él se hace historia de salvación.

Todo hombre, también el hombre roto de hoy, las nuevas generaciones, todo lo humano, la cultura y las culturas en las que se expresan las búsquedas e inquietudes de la humanidad –también la cultura quebrada de nuestra época– están hechos para el encuentro con Cristo, y sólo en Cristo podrán encontrar el camino de la realización plena de la propia humanidad. El mundo actual necesita ver; reclama una profunda reconstrucción para que pueda tener otras miradas que le conduzcan por sendas de humanidad verdadera. Esta reconstrucción ha de empezar por la recuperación de la persona humana. La clave para esa recuperación es el encuentro con Jesucristo, el Redentor del hombre, el que nos guía y nos hace participar de la verdad que libera. Por ello, no habrá reconstrucción sin una nueva evangelización. y al revés, una evangelización que no generase una humanidad nueva, una nueva cultura no sería una evangelización verdadera.

La tarea es enorme, pero tenemos todos los motivos del mundo para la esperanza: en medio de la gran dificultad del momento, el drama del corazón humano permanece ahí, y ese corazón humano está hecho para el encuentro con Cristo, sus ojos están hechos para ver la luz y abrirse a la verdad, que es Cristo, el corazón del hombre está para que le vea y le siga.

Encontrarse con Cristo

Propiciar el encuentro con Cristo en persona es la razón de ser fundamental de la Iglesia. Si uno se queda detenido en ideales y valores, por muy atractivos que éstos sean y no se encuentra con la persona misma de Jesucristo y se confía a Él, no ha llegado hasta el final para ver y comprenderse en toda su hondura y grandeza.

La evangelización de nuestra sociedad no puede dejar de tener en cuenta las peculiares condiciones del momento histórico que vivimos. Hemos de asumir que los cristianos nos hallamos en este mundo nuestro de hoy en una situación de exilio cultural muy semejante a la de las primeras comunidades cristianas en el mundo pagano o judío. Con esta diferencia fundamental: que el cristianismo constituía entonces una novedad, mientras que la sociedad actual cree conocerlo, porque ha leído lo que dicen de él los textos oficiales de la historia. Ha aprendido, por así decirlo, a interpretarlo, en las claves que a él le son familiares, como ideología, como estructura de poder, como sistema abstracto de valores, como sentido estético, o sentimiento afectivo, o vivencia privada. Por desgracia, con mucha frecuencia, los mismos cristianos interpretamos así nuestra propia fe, y ése es quizá el obstáculo más persistente para una nueva evangelización. En vez de juzgar el mundo desde las categorías que nos proporciona la experiencia de la fe, juzgamos la fe desde las categorías del mundo. Para que los hombres, para que las nuevas generaciones de niños y jóvenes, puedan percibir la gracia de Cristo como verdad, como luz, como realidad, en suma, humanamente significativa, es fundamental, por tanto, que nosotros mismos podamos superar las interpretaciones del cristianismo, y remitirnos a los hechos, a lo que nos ha sucedido. Es fundamental que se renueve en nosotros la experiencia de la fe. Que vuelva a darse en nosotros esa sorpresa y esa gratitud sin límite por una gracia presente que sostiene la vida, la gracia de la verdad, que es Cristo, la gracia de la sabiduría de la Cruz. El anuncio cristiano no puede ser un discurso abstracto, sólo puede ser el testimonio de algo que a uno le ha sucedido en la vida, el testimonio de la redención de Cristo, de la que brota una vida nueva, una mirada nueva sobre toda la realidad.

Un testimonio puede ser rechazado o acogido, pero no es algo de lo que se pueda discutir por mucho tiempo: “Yo sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo”. Así, sin hombres y mujeres convertidos a Jesucristo, que se han encontrado con El y se han dejado iluminar por El, como Camino, Verdad y Vida no cabe una Presencia evangelizadora de la Iglesia en el mundo, para que el mundo crea, para que el mundo se abra a la Luz y vea. “Caminemos como hijos de la luz; demos frutos de la luz: bondad, justicia, verdad; busquemos lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras de las tinieblas, sino más bien denunciándolas. Que Dios nos ayude a todos y nos dejemos ayudar por Él.

+ Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia